jueves, 15 de diciembre de 2011

Creo que los animales ven en el hombre un ser igual a ellos que ha perdido de forma extraordinariamente peligrosa el sano intelecto animal, es decir, que ven en él al animal irracional, al animal que ríe, al animal que llora, al animal infeliz.

Friedrich Nietzsche

Para vincular a la especie humana con la, aparentemente subordinada, especie animal, de una forma burda y abstracta, sólo basta adelantarnos al destino irrefutable que ambas especies comparten: la expiración.

El sepelio de los hombres es un rito religioso, social y cultural, devenido muchas veces por la necesidad de un “descanso eterno”. Así, la muerte como creencia, es un proceso de separación, donde la energía y la materia se desintegran. Pero, ¿cuál es la importancia de un cuerpo en descomposición, que no es humano?, ¿qué réquiem hay para el alma de un animal?

Como una especie de muerte voluntaria, la artista Karina, se introduce en ese mundo pestilente. La inexistencia nauseabunda y los residuos de un cuerpo que alguna vez estuvo vivo, forman el proceso de la obra; el cual, en un sentido idílico, es un proceso de resurrección.

El cabello es la añadidura primitiva que nos hace bestias. Y, curiosamente, es la vinculación más precisa con la especie animal. He ahí el sentido y valor estético que la obra busca enfatizar.

Este puede ser el testimonio real de que el hombre es tan innecesario como un animal. Que la misma naturaleza se impone a los ideales humanos. Pues la muerte hace con todos los cuerpos el mismo trabajo: la extinción y el escape de un aliento.
Montserrat Ocampo Miranda

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