miércoles, 15 de febrero de 2012

Postoperatorio

El proyecto que presentamos Juan Carlos Bermúdez y yo dentro del marco de la convocatoria para intervenir la Clínica Regina, parte inicialmente de un texto de Emil Ciorán (1911 – 1995) que se puede encontrar en La caída en el tiempo[1]. Se trata de Sobre la enfermedad, donde, siguiendo el pesimismo cínico que lo caracteriza, desarrolla la idea de la enfermedad como un estado de revelación. No se pretende hacer una exaltación a las ideas del autor de origen rumano, quien se puede considerar en el límite de lo estrictamente literario, pero que tampoco se puede incluir totalmente en el ámbito de lo filosófico. Y quizá esto no importa, ya que consideramos que la filosofía se nutre de las revelaciones literarias, y, a su vez, no se puede disociar del oficio de escribir la aventura de amar el conocimiento.


[1] Ciorán, E.M. La caída en el tiempo. Ed . Tusquets, Barcelona, 1998. Pags. 107-122


La idea de la enfermedad y la relación que esta tiene con el cuerpo nos parece pertinente al tratarse de una clínica el espacio que se va a intervenir. Evitamos el utilizar como recurso la explotación del morbo, tratando de crear las alusiones necesarias para que el espectador recomponga el sentido en la lectura. En la pieza se teje lo visual, lo acústico y la referencia literaria, tramando la idea de texto como el resultado de la experiencia de leer diferentes medios. La presencia de la palabra como sonido sugerente que se multiplica y resuena en el espacio, como variedad que establece el tono femenino sumado al masculino, como contraste entre la claridad de ciertos fragmentos y la manipulación de la palabra llevada hasta el ruido, son elementos que planteamos para empujar a la re[de]construcción en la lectura de la pieza.

“Cualesquiera que sean sus méritos, un hombre saludable decepciona siempre. Imposible acordarle crédito a sus dichos, imposible ver en ellos más que pretextos o acrobacias. No posee la experiencia de lo terrible que es la única que le confiere un cierto espesor a nuestros actos; y tampoco posee la imaginación de la desgracia sin la cual nadie podría comunicarse con esos seres separados que son los enfermos. También es cierto que si la poseyera, dejaría de ser saludable. No teniendo nada que transmitir, neutro hasta la abdicación, se hunde en la salud, estado de perfección insignificante, de impermeabilidad a la muerte y a todo lo demás, de falta de atención hacia sí mismo y hacia el mundo. Mientras sea un hombre sano se parecerá a los objetos; en cuanto deje de estarlo, se abrirá a todo y todo lo sabrá: omnisciencia del temor.”[1]


[1] Op. Cit.